Gay, ¿se nace o se hace?


Por Daniel Seifert – (Noticias)

Pasa tarde o temprano. Después de que alguien se entera de que soy gay, sé que me lo va a preguntar.

No importa si es madre temerosa, amigo curioso, vecina desilusionada o taxista eventual. Mientras venza las fronteras del pudor, dirá: "Che, pero ¿por qué te gustan los varones?". Será por esa costumbre al interrogatorio que no me sorprenden los estudios que buscan “el origen de la putez”.

La última polémica la desató una investigación del Instituto Karoliska de Estocolmo que analizó cerebros para concluir que, a grandes rasgos, los de las mujeres heterosexuales funcionan como los de los gays y los de los hombres heterosexuales, igual que los de las lesbianas.

Si no es el cerebro, pronto serán los genes, como antes lo fue la crianza: la madre sobreprotectora, el padre ausente. O, tal vez, una dieta carente de calcio.

Alguna vez le comenté a un amigo con estudios en Psicología que mi papá viajaba mucho. Me miró como si me hubiese descubierto. No daba para aclarar que mis hermanos tuvieron al mismo padre viajante y hoy son felices heterosexuales.

Cuando era chico, mi táctica ante la pregunta era dar vueltas como Iñaki Urlezaga en el escenario del Colón. En la adolescencia me surgió el ímpetu discursivo al mejor estilo Nelson Castro. Era el rey de la argumentación con altos valores morales. Que los derechos de las minorías, que el de amar y ser amado, que ser gay es tomar una posición política. Al menos, servía para que tanta corrección aburriera al preguntón. Hasta que después opté por una fórmula digna de un libro matemático de Adrián Paenza: la inversa proporcional “¿y a vos por qué te gusta lo que te gusta?” Ahí descubrí que los heterosexuales no se hacen esas preguntas existenciales. Son criados para ser la norma. Las mayorías se desviven en pedir explicaciones a los que son diferentes o, en su defecto, los estudian. Es extraño que los gays entremos en ese juego.

Ante la noticia, organizaciones como la Comunidad Homosexual Argentina, salen a derribar prejuicios y denostar –no sin razón aunque con cierta obviedad– las visiones genetistas, nazis. Pero no logran superar el tema.

Más lastimoso es escuchar a alguien que justifica por qué ya no es lo que era. Sebastián Pollastro, el ex concursante gay de Gran Hermano, dijo que lo suyo había sido una “sexualidad inducida” por un abuso de chico. Una barbaridad basada en una psicóloga nunca identificada que sirvió para extender su minuto de fama con una inducida campaña de prensa que incluyó fotos con su novia conversora.

No pocos creen que ser gay es moda. Pero la realidad los contradice. Con más gracia y menos idiotez, algunos definen que ser no-gay es lo cool. Ahí está Pablo Ruiz, hablando de hombres y mujeres con los que sí, quiere; jugando a ser padre con su amiga vedette y titulando: “Sólo mi mamá sabe mi secreto”, la segunda frase más ortodoxa de un famoso después del “soy católica y conservadora” de Pampita, previo al desliz extramatrimonial.

Ser pluri-poli-pansexual es moderno. Ya hay intelectuales que hablan de la “era pos-gay”, del fin de las etiquetas sexuales. No está mal, pero para ser “pos-algo” antes habría que serlo. Tamaña excentricidad suena a una vanguardista forma de no hacerse cargo.

La mejor definición de homosexualidad la leí en un libro del periodista Osvaldo Bazán. Dijo que es “nada”, pero nadie parece querer escucharlo. Y así, heterosexuales preguntan lo que no contestan, militantes discuten cerebros y famosos explican el ser y el no. Más de una vez, alguien me dejó o me desencantó cuando no quiso darme un beso por la calle, porque es calle. Y, al parecer, es de mayorías que no explican y no de quienes deben justificarse. En vez de cambiar esa pequeñez, nos definimos, nos indefinimos y buscamos “el origen de la putez”, que está de moda. Mientras, ¿no será mejor si vivimos?

Fuente: http://sentidog.com.ar/article.php?id_news=21557